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Испаноязычные писатели

31.07.2018

Autorretrato sin mí. Parte 2. El niño interior.

Мне кажется, что один из признаков нашего взросления – взросления настоящего, которое дает свободу от предрассудков – это признание того, что в каждом человеке, внутри, где-то под ребрами, живет маленький ребенок. Сначала, в подростковом возрасте, мы прячем его как можно дальше, сосредоточенные на том, что подумают или скажут о нас другие. А потом мы становимся старше и с наслаждением играем со своими детьми, ходим босиком по лужам и плетем венки из одуванчиков как когда-то в далеком детстве. Иногда наш niñointerior исчезает под грузом проблем или навалившейся работы. Как вернуть его, как снова почувствовать его смех внутри нас?

Фернандо Арамбуру, например, уверен, что чтобы снова услышать своего внутреннего ребенка, достаточно всего лишь попробовать что-то сладкое или разбежаться изо всей силы только с одной лишь целью – чтобы почувствовать как в лицо бьет ветер.

Fernando Aramburu 

 

VOCABULARIO

Matinal – утренний
Agitarse – приходить в движение, волноваться
A toda costa – любой ценой
Acometer – овладеть, охватить, одолеть
Antojo – прихоть, каприз
Suplantar – подделывать, подменять собой кого-либо
Arreciar – нарастать, усиливаться
Tribulación – скорбь, терзание, напасть
Concomerse – терзаться, изводиться
Incontenible – неудержимый
Menguantes – убывающий
Tiento – осторожность
Deparar – предоставлять
Intemperie – непогода
Retozar – резвиться

El niño interior

No pasa un día sin que me haga notar su presencia escondida. Voy por la calle, cruzo un puente, me paro a respirar con los ojos cerrados el olor matinal de la panadería y siento de repente que él se agita en el fondo de mi edad; que, jovial y travieso, golpea con sus manos tiernas en mis paredes interiores; que grita, se ríe y trata de saltar a toda costa afuera del hombre que lo envuelve.

Tan pronto me despierta a medianoche, acometido del antojo de que lo lleve de la mano a ver el mar, como me suplanta en la conversación con personas adultas por él desconocidas, poniéndome en ridículo. Para, le digo. Estate quieto. Pero no hay forma de que me haga caso.

Cuando más atareado estoy, cuando más de frente arrecian los problemas, me pregunta si le puedo traer una rama del bosque. Enreda en mis tribulaciones como en una caja de hilos. Me convence, en fin, para que en plena desesperación pise un charco.

Otros días soy yo quien lo añora y va en su busca, preocupado porque su silencio dura más de lo habitual. Me concome entonces el temor de que se haya ido para siempre, dejándome por dentro a oscuras.

Por suerte sé dónde encontrarlo. En los sabores dulces. Ahí está seguro; de ahí, como si dijéramos, le viene su incontenible propensión a la felicidad.

Lo recreo también en la hierba sobre la que echo a correr con todas mis fuerzas menguantes, sin más propósito que sentir el viento en la cara. O aquí al lado, hace ya tanto tiempo, en las páginas dormidas de mis primeros libros, que abro con tiento para que no se sobresalte.

Le tengo dicho que, si la vida me depara otro cesto de días, no seré el último Fernando, que más afuera el siguiente se hará cargo del nombre y las fatigas, hasta crecer sobre todos nosotros como la capa exterior de la cebolla crece sobre las anteriores y su centro.

A resguardo de la intemperie, podríamos entonces él y yo pasar las horas entregados al juego y la alegría, retozando desde la mañana hasta la noche en los interminables pasillos de la memoria.